Joel ronda los treinta.
Se siente atrapado en un punto vital que no parece reportarle demasiada felicidad. Su trastorno bipolar le ha arrastrado, más que acompañado, por buena parte de su camino. Bien pronto creyó encontrar un bastón para subsanar la problemática maníacodepresiva. Desde que el alcohol llegó a su vida fue creciendo en protagonismo a medida que su salud mental abría de par en par las puertas del oscuro territorio de una mente que hierve en busca de claridad. Una libreta siempre le acompaña. En ella, Joel plasma retazos de su mundo interior. Necesitado de paz, dará forma a un buen consejo encontrando el rastro de una misteriosa taberna. Será allí donde habrá de recrudecerse la batalla contra el trastorno, el alcohol y un monstruo. Armado únicamente con un lápiz y las páginas de su libreta, perseguirá la estela de una salida a la autodestrucción que le consume cíclicamente, desde hace tanto tiempo que la oscuridad parece haber conquistado un lugar en el cual la tímida luz de un farolillo permanece, no obstante, encendida.
Una narración más accesible que La Cabaña, pero no por eso menos profunda. El autor se ha preocupado por una redacción cuidada y hermosa, casi poética, que te lleva por la historia con un sentimiento de melancolía muy acorde a la atmósfera de lo que se cuenta.
Vuelven a aparecer los mismos personajes de la primera entrega, La Cabaña, pero ahora se centra en Joel, un hombre con trastorno bipolar sumergido en el depresivo mundo del alcohol que cree que, como ansiolítico, le ayuda a estabilizar los vaivenes del trastorno, pero se ha dado cuenta de que es el tóxico mismo lo que lo deforma y convierte en el Monstruo, así es como decide optar por desintoxicarse. Tal como el primer libro de la saga Identidad, el autor mantiene ese estilo innovador que brinda historias dentro de la historia principal, y nos sigue entreteniendo con sus vivencias en forma de metáforas fantásticas.
Podemos adentrarnos en los sentimientos y pensamientos de Joel por medio de sus escritos inmortalizados en una libreta y después, en una serie de ensayos que reflejan su batalla contra la adicción.
Ya que es basado en la vida real, es importante recalcar que este es un libro de gran ayuda para comprender el problema en que los toxicómanos están metidos. Vemos la adicción desde un punto de vista más personal y humano, no solo clínico o como espectador. Nos permite entender su lucha y quizá eso nos abra la puerta para ayudar y apoyar a quienes están pasando por eso. Sin embargo, como bien dice el autor en la sinopsis, este no es un libro de autoayuda ni un manual de desintoxicación, es solo la historia de alguien que ha vivido esta difícil situación.
También cabe destacar la genialidad de las ilustraciones a lápiz de cargo de Silvia Gual, que son el perfecto complemento para una historia como la de La Taberna.
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